Cándido, exportero del Jumilla C.F.
Murcia, 22 de febrero de 2013
Agarrar el balón, pase lo que pase
GARCÍA MARTÍNEZ
Fue el portero ídolo de mi niñez. Ni Bagur, ni Ramallets, ni Eizaguirre, ni Zamora siquiera, con ser tan buenos y lucir en los cromos de mi colección, podían pasar en el escalafón por encima del cancerbero al que yo podía ver, en vivo y en directo, en el estadio de San Juan. Compartía alineación con 'amateures' entusiastas, como Banderas, Pericales, Antoñito, Ortiz, Pineda... Este, como usaba gafas, se las sujetaba con una cinta que desde luego no llegaba a elástica.
El mérito principal de Cándido era una valentía que muchas veces devino temeridad. En algunas de sus estiradas, la cabeza llegó a rozar peligrosamente alguno de los postes. Esta cualidad fue la que principalmente hizo de él un jugador que andaba en lenguas. En aquel terreno de juego sin césped -ni natural, ni artificial-, después de que el camión-tanque lo hubiera regado, se formaba una costra hecha lija que, con cada caída, dejaba en los futbolistas señales de sangre, que parecían más el resultado de una guerra que de un juego. Menos mal que, en los dominios de Cándido, el suelo se mostraba más amable, de tanto pisotearlo. Pero no eso evitaba el terrible peligro de las maderas, habiendo un guardameta que pensaba más en impedir el gol que en su propia integridad. Le apodaban el Sordo. Y no porque lo estuviese, sino que, ante los comentarios -diatribas, a veces- de quienes estaban detrás de la portería, ni volvía la cabeza. Cualidad esta imprescindible para los que se someten al juicio de los públicos.
Superada con bien esa etapa de su vida, Cándido Herrero -que se aficionó a llevar gorra desde entonces- vivió de la vinicultura, como no podía ser de otra manera. Ahora se acaba de morir, después de vivir -extravertido y sin pestañear- los 93 años que le regaló el destino.