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Ángel Hernansáez

Murcia, 27 de abril de 2011

Nos deja un artista y un maestro

No fue posible acompañarle en el adiós. Para mí era un maestro. A él recurría en mis dudas. Recuerdo una de sus lecciones sobre la pintura de Tapies y otros 'difíciles', según mi manera de contemplar y comprender un cuadro. Sus palabras sobre pintura han viajado conmigo en los años. A retazos, y con cierta tímida brusquedad, fue prestándome su mirada, y portaba yo su canon como dádiva del amigo y admirado pintor. Acudió en ocasiones a visitar alguna exposición y poder responder a mi ruego de querer saber.

En otros momentos compartidos, tuve la suerte de estar en su estudio: bocetos, dibujos, cuadros que Hernansáez no daba por terminados, porque la parcela de mundo que había intentado plasmar se mostraba ante él con imperfecciones. Respetaba yo ese criterio suyo de indagación y ahondamiento insistente. También de búsqueda incesante. Mi impresión era distinta, los cuadros aparecían intocables y verdaderos. Su paleta limpia, su imaginación y visiones del color demostraron, desde los comienzos y etapas diferentes de su trayectoria como artista, las indiscutibles cualidades y calidades altas del pintor Ángel Hernansáez. En una de aquellas visitas al estudio, me atreví a sugerir si podría estar presente en una sesión de trabajo. Imposible, «ante el lienzo, quien pinta se desnuda», fue su respuesta.

Quizá no sea muy conocida su faceta de buen lector. Hubo ocasiones para compartir pareceres sobre lo leído. Merecía la pena atender sus opiniones escuetas y siempre interesantes.

Ángel era riguroso en su trabajo, mayor o menor. Ilustró la cubierta de dos de mis libros, tras una lectura detenida de los textos. Su generosidad no tenía límites. Un día apareció con un bote de barniz para proteger un cuadro que lo requería. Dicho cuadro, colgado en nuestra vivienda, le gustaba. No le dio más importancia.

Rosana era la buena compañía. Su ironía inteligente era capaz de salvar los momentos menos amables. Nuestra amistad, a lo largo de cuarenta años, ha permanecido sin fisuras.

Ángel Hernansáez nos ha legado su arte. Uno de sus cuadros, Desván con muñecas, forma parte de él. Lo quiso Ángel comprar para que a él volviera. Algo distinto quiso regalarnos, un reloj montado con sus manos que no caminó. Ahí está el artilugio, en su caja de madera hecha en Cabra, lugar donde fue profesor. Ambas cosas figuran en el mismo espacio de la casa. En ellas está el pintor, el amigo entrañable, incorporado a la esperanzada vida del recuerdo.