Alberto Balanza Bonache
MURCIA, 26 de julio de 2013
Entrañable Alberto
PEDRO SOLER
No fuimos amigos de siempre, porque la edad y las circunstancias están para algo; pero empezó nuestra amistad hace muchos años, quiero recordar que, cuando unos cuantos idos organizamos la Cofradía de la Buena Mesa, no tenía otra finalidad que, si alguno lo reclamaba, reunirnos, para que Raimundo nos diera de comer en su Rincón de Pepe. Era un atraco disimulado, porque comíamos con exquisitez y solo se nos escapaban cuatro duros. Entre aquellos cofrades se encontraba Alberto Bonache. El primer apellido -Balanza- siempre le ha sobrado.
Alberto era entonces y lo habrá sido hasta el último momento de su consciente existencia un tipo muy particular. Y no, porque 'dirigiese' muchos años la confitería que lleva el nombre de sus renombrados antepasados, sino por su modo de ser. Pocas veces podrá encontrarse a una persona con una chispa, rápida como la pólvora y desprovista de mala fe. Y menos veces hallaremos a una persona capaz de mostrar una apariencia de seriedad -incluso de reprobación- cuando cuantos le rodeábamos reíamos (él también, en su interior) a pierna suelta. Que yo sepa, jamás perdió sus buenas maneras y su humor.
Los malos tragos que ha bebido en los últimos años de su vida no han sido nunca un escaparate de pena, sino un silencio impuesto y dominado. Sus recientes cabalgaduras, 'a lomos' de un carruaje mecánico e impulsado por los músculos de un leal atendedor, no eran más que otra imposición del destino. Me dijo no hace tanto: «Aquí donde me ves, estoy dispuesto a ganar la próxima Vuelta Ciclista a España». Sus aperitivos en el Fénix eran excusa frecuente para nuestro intercambio de 'lindezas', como «tómate algo, aunque yo no te invito» o «la gente buena en la cárcel, y los sinvergüenzas como tú, sueltos». De inmediato, volvía el afecto mutuo, que solo se había perdido burlonamente.
Con la muerte de Alberto desaparece de las calles de Murcia, -que con tanta asiduidad recorría para superar el mal que con él ha acabado-, un personaje, no diría que famoso, pero sí muy entrañable. García Martínez, en su 'Gente de Murcia', lo definía como «pastelero integral que cree en dos cosas: en Dios y en el bicarbonato». Posiblemente, su adiós imprevisto, le ha hecho llegar a su destino desprovisto de sus preferencias pasteleras y bicarbonatadas. De cualquier forma, no le faltarán los envíos amorosos de Pity y sus hijos. Era más querido, que sabrosos los pasteles y las tartas de chocolate de su repostería. Que ya es decir.