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Adiós a un maestro de maestros

Murcia, 23 de marzo de 2016

Obituario. José Calero Heras

Para no hacer mudanza en la costumbre de sorprendernos, Pepe Calero, nuestro Pepe, se nos alejó el día 18 de marzo en un eterno instante, rodeado de luz y amor. Nos había demostrado durante muchos meses que amaba la vida como todo ser humano, pero nos enseñó que la muerte era una parte más de vida, como señaló Hegel. Porque él supo mirar de frente a la muerte y tener una muerte vivida de sensibilidades y comportamientos dignos de alabanza por disfrutar el tiempo presente que le quedaba de vida, en lugar de mostrar una actitud vehemente ante una muerte insoslayable y perentoria, pese a que sabía a ciencia cierta, como escribió Cesare Pavese en un sublime verso, que «para todos tiene la muerte una mirada».


Puede esperar tranquilamente Ammit, pues su corazón no podría competir, en modo alguno, con la pluma de Maat en la balanza del Juicio Final por su bondad, humildad, generosidad y cariño hacia cuantos lo conocían.


Su labor profesional y docente es harto conocida por su pasión por la enseñanza de una nueva forma de poner en práctica la didáctica de la Lengua y la Literatura cercana a todos. A él no le interesaban los teorizadores de la enseñanza, sino que, antes al contrario, ofreció ideas y materiales suficientes para que muchos profesores pudieran reflexionar sobre las palabras, la literatura y la transmisión de cariño hacia la lectura y escritura. Fue un verdadero maestro de maestros de todos los niveles educativos desde la modestia y humildad, frente a los que perseveran en la presunción y arrogancia.


Su faceta personal es la más desconocida y, a su vez, la más rica y extraordinaria. Solo su familia y amigos más cercanos han convivido con un hombre tan impresionante al que le encantaba contemplar y disfrutar del bello planeta que el ser humano puede gozar. Pero su mundo daba cabida a la verdadera amistad entre amigos con los que se divertía hasta el máximo.


Su pasión por la conversación, no exenta de razonamientos muy sólidos y pertinaces, en ocasiones, como buen castellano, llegaba de la mano de una suculenta comida o cena de múltiples sabores junto a un vino de la tierra, aunque no desdeñaba un buen Rioja, Ribera del Duero o Albariño. En estas reuniones gastronómicas, surgían siempre los mismos problemas: Pepe tenía hambre, se encargaba de preparar las gambas rojas y, ante el menor descuido, se había comido más de la mitad del marisco, mientras los demás nos reíamos de ciertas anécdotas o hablábamos de diversos temas. En esos momentos, callaba, escuchaba y comía a una gran velocidad, mientras pensaba que era tiempo de disfrutar del manjar y no de hablar.


Siempre fue un hombre cariñoso, sensible y extremadamente inteligente y culto, lo que nos permitía tener una nueva perspectiva de los asuntos más cotidianos o culturales. ¡Cuánto aprendimos de él y con él! Su capacidad de aprender incesantemente y su curiosidad por cualquier tema nos conminaban a explicarlo con detenimiento. Escrutaba a quien tuviera la palabra de modo analítico con los ojos fijos, la mirada atenta, los dedos entrelazados y las piernas cruzadas en una cómoda posición. Al final, como hombre sabio cuyo asombro no lo dejaba indiferente, exclamaba: «¡Qué curioso!».


En los últimos meses, alguno de nosotros se interesaba por los libros que estaba releyendo, porque de un erudito siempre hay que aprender. Respondía con emoción, como si fuesen sus últimos libros que acariciara en sus manos, sus obras preferidas: el Quijote, la Eneida, la Odisea, el 'Infierno' de la Divina comedia y una selección de las obras de Faulkner y de los poetas malditos.


Su fina ironía y enorme talento se manifestaban ante cualquier comentario desde una leve sonrisa hasta las enormes carcajadas hacia las expresiones más ingeniosas y jocosas o las ideas más peregrinas.


A todos nos produjo un dolor insoportable saber que se despedía de cada uno con una tierna mirada y con una palabra, «gracias», que resumía todo su agradecimiento.


Pasó de la vida a la eternidad sin queja alguna, con una sonrisa en sus labios y una dignidad propia del ser humano que acepta el final del viaje. Jamás hubiera permitido que de su boca saliese el verso garcilasiano «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo». Rodeado de sus familiares más queridos, dejó este mundo para encontrar un descanso eterno allá donde él pensaba.


Recuerda, Pepe, que no debes desesperarte ni olvidarte de que algún día cada uno de nosotros caminará a tu encuentro «ligero de equipaje», porque «tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero».


'Sine amicitia, vita ese nullam'


Tus amigos: Pepa, Consuelo, Tere, Pedro, Joaquín y Ginés.