Borrar

Un artista ajeno a la grandilocuencia

Murcia, 17 de enero de 2015

Obituario. José Reyes Guillén

Un día abandonó el aula con la misma alegría con que acudió a ella durante tantos años, y decidió entregarse exclusivamente a la pintura. Se había jubilado. Ahora tenía todo el tiempo delante para lo que había educado sus ojos y su mano. Y se hizo pintor con dedicación exclusiva. Un pintor es un artista que se hace lenta y meditativamente. Pepe, que así se llamó siempre y así quiso ser llamado, fue un merodeador del espacio de la luz donde los objetos se definen y cobran corporeidad. Por ello abandonó cualquier gesto novedoso sin desdén para los demás estilos, pero con un gran amor a lo propio y una mano educada para la caricia directa de la realidad entorno. Tampoco hay desdén por otros temas sino amor al paisaje murciano y amor a la familia. Punto.


Hace unos días abandonó también la profesión de pintor. Se apagó aquel tierno y alegre mirar en los primeros días de enero, y la fría luz de la muerte fijó su imagen definitivamente, dejando para nosotros una obra sencilla y pura y una sentencia que la introduce: «Esto es lo que viví». He de preguntar si se llevó sus pinceles para seguir reproduciendo la realidad transmundana en la que, sin alardes pero con certidumbre total, creía.


Porque Pepe Reyes era creyente y este hecho decide de forma inequívoca sobre el trato que su paleta da a la realidad: un trato piadoso para una realidad santa y llena de la emoción de la vida plácida, que se desarrolla lejos del problematismo tantas veces falso de algunos pintores. La retórica y el cliché está lejos de su luz. No hay dramatismo ninguno en su pincel. Yo diría que su pintura es el homenaje que sus ojos rendían a todo lo que le rodeaba. Y todo lo que le rodeaba recibía la luz y la perspectiva que le daba su mirada bondadosa (escenas familiares, paisajes de la hermosa tierra murciana, folklore de la huerta hondamente experimentado, retratos casi de repente, sin retoques ni falsos virtuosismos, etc.)


En su carácter estaba la bondad y la generosidad para las cosas queridas, obligándolas a una verdad moral llena de riqueza, y una convicción certera de su sacralidad, insisto. Bondad y generosidad de la que no era consciente sino que emanaban de su íntima relación amorosa con ellas.


Se ha muerto un pintor callado, ajeno a la grandilocuencia. Se ha ido un pintor silencioso que pinta desde la sencilla condición de su mirada feliz. Y deja una larga y dilatada obra. Vale para él lo que don Antonio Machado decía de don Francisco Giner de los Ríos: «Lleva quien deja, y vive el que ha vivido».


¡Que por la otra ribera le acompañe la luminosidad que tanto amó y sus ojos rechacen amablemente la tierra que conspira contra ella desde hace algunos días!