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Un abaranero cosmopolita

Murcia, 26 de mayo de 2020

Obituario Cecilio Montiel Gómez

La colonia abaranera en la capital de España pierde a uno de los suyos, Cecilio Montiel Gómez (Abarán, 1932). Un paro cardiaco mientras dormía acabó con su vida en la noche del pasado viernes y ya no podrá hacer gala de su abaranerismo.

Hijo de Cecilio Montiel y Maximina Gómez, Cecilio tenía dos hermanas, Pilar y Amalia, ya fallecidas. Marchó a Madrid con catorce años y allí siguió estudiando y trabajando con su padre, con el que se inició como ebanista en la calle San Damián, de Abarán, junto a su tío Nene y su primo Jaime. Este oficio le acompañó toda su vida, montando años después una fábrica de ebanistería de maderas nobles, decoración y restauración que dio trabajo a treinta familias. Muchos edificios de Madrid y toda España llevan su sello.

En la capital conoció a su mujer, la pianista María Josefa Barcia Ramírez, a la que cariñosamente llamaba Maru. Ella tenía 19 años, y él, 22. Se casaron tres años más tarde en la iglesia del Pilar, de cuyo matrimonio, que ha durado sesenta y tres años, nacieron dos hijas, Rosa María y María José, esta última afamada y prestigiosa mezzosoprano de talla internacional.

«La primera vez que mi padre vio a mi madre, pensó: 'Esta es la mujer con la que me gustaría casarme'. Y así fue», relató María José Montiel, desde Berlín, ciudad donde vive con su marido, Camilo, y donde trabaja como catedrática en la universidad. Debido a la situación de la Covid-19, no pudo darle el pasado domingo el último adiós a su padre, que fue enterrado en el cementerio de San Roque, situado en Becerril de la Sierra (Madrid).

Cecilio sufrió un infarto de miocardio a los 52 años y tiempo después tuvo que someterse a una intervención, que le supuso la extirpación de medio pulmón izquierdo. La salud de Cecilio Montiel era delicada en los últimos años, ya que precisaba de oxigeno quince horas diarias. «Nuestro padre era muy fuerte, valiente y sensible a la vez, y nunca tuvo miedo a la muerte, que fue muy dulce, sin dolor ni sufrimiento, tal y como certificó el médico», explicaron sus dos hijas, quienes se vuelcan en elogios hacia la figura de su padre. «Era un hombre fundamentalmente bueno, de carácter amable y cariñoso pero con mucha fuerza en sus decisiones».

Hospitalario y amable

Sus familiares de Abarán y sus amigos, entre los que me encuentro, recordamos sus viajes constantes a su pueblo, en Semana Santa, en fiestas y para el Día del Niño. Uno de sus amigos, José Simeón Carrasco, cronista oficial, indicó que «Cecilio era un fiel ejemplo del carácter abaranero pues conjugaba el cosmopolitismo con el arraigo en su pueblo, al que llevó siempre en su corazón y del que se sintió orgulloso de haber nacido en este rincón del Valle».

Hombre hospitalario y acogedor, «era una persona muy especial, y donde entraba no podía pasar desapercibido por su estatura, su buena planta y su semblante amable; se nos ha ido una persona que dejará una huella imborrable», admiten su esposa y sus dos hijas, que han cumplido el deseo de Cecilio de ser enterrado frente a la montaña La Maliciosa. Descansa en paz, amigo mío.