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Supo ser amigo

Murcia, 15 de octubre de 2010

El pasado miércoles la voz amiga de Adolfo Fernández Aguilar me comunicaba la noticia del fallecimiento de mi amigo Antonio Cárceles Nieto, diputado a Cortes y senador por Murcia en varias legislaturas de las Cortes Generales, durante años concejal del Ayuntamiento de Cartagena, portavoz y presidente local del Partido Popular y profesionalmente procurador de los Tribunales en dicha ciudad, de cuyo colegio ha sido decano durante los últimos años.

Al escuchar a Adolfo me dominó la tristeza y la contrariedad que la muerte de un amigo siempre causa, pero al tiempo de conocer la infausta nueva, en ese reavivar de los recuerdos que ante el hecho de la desaparición de una persona querida inconscientemente llevamos a cabo, me invadió un sentimiento de gratitud.

Le conocí personalmente hace muchos años, con ocasión de imponerle a su difunto padre, el recordado Martín Cárceles, que también había sido decano del Ilustre Colegio de Procuradores cartagenero, la Cruz de San Raimundo de Peñafort.

Tuve con él estrecha relación, viva y constante desde entonces, al coincidir y trabajar a su lado en el Congreso de los Diputados en la Legislatura VI, en la que él fue vicepresidente de la Mesa de la Comisión de Justicia e Interior, desempeñando yo la presidencia. En ese tiempo vió la luz la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil.

Me abrió las puertas de su casa sí, pero también las de su corazón que era un descomunal depósito de humanidad, de hombría de bien y de la rara virtud de la generosidad.

En ese aprendizaje que vamos cursando de lo que es de verdad la amistad, y de lo que no lo es, aunque lo parezca, ahora que nos ha dejado, recapitulando tantas vivencias compartidas, he de decir que le reconozco como buen maestro de lo que entendemos que pueda ser el paradigma de ese noble sentimiento

Si a eso añadimos su lealtad sin fallos y su fidelidad, aunque parezca que con lo escrito no le hago el mejor retrato, he de decir que si, que por el contrario así lo estimo y entiendo, y por eso quiero rendirle homenaje en esos términos, porque creo que es lo mejor que se puede afirmar de un hombre llano, de un amigo que nos precede en el final del camino, y por eso así lo consigno.

Con un sentido del humor cómplice, de esos que hace cortas las horas compartidas, incluso en el espacio del trabajo; con un espíritu de iniciativa envidiable; con una autenticidad a veces incómoda, pero sincera, y siempre exenta de dobleces y retranca, su personalidad extrovertida le hizo ganar la voluntad de muchos. Que lo otro, y los otros, ya me entienden, a estas horas, hay que decirlo, poco importan

En su alma cartagenera siempre ardió vivo su amor a su tierra de la que, como en tales casos ocurre, fue heraldo y pregonero notable en todo lugar y ocasión.

Fue muchas cosas más; hizo e intentó hacer: que esa es la mejor crónica de la tarea vital de los hombres sin retórica. Cuando en un acto memorable, su paisano y también amigo de ambos Federico Trillo, entonces presidente del Congreso, junto a Margarita Mariscal de Gante con cuya amistad, también Antonio y yo nos honramos, a la sazón ministra de Justicia, en reconocimiento a sus singulares meritos, le impusieron en un brillante y multitudinario acto en Cartagena, la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, su ciudad y sus incontables amigos le brindaron un reconocimiento público que puso de manifiesto el gran aprecio y respeto que le tenían.

Al concluir su etapa política, su colegas procuradores de los Tribunales lo eligieron decano del colegio cartagenero, renovándole varias veces la confianza que en el desempeño de tal cometido se granjeó, porque, sencillamente, lo hizo mejor que bien, y aportó cuanto pudo y supo, que no era poco, a su profesión y a la Justicia.

Al decirle adiós con pesar, y ya con nostalgia, quiero concluir con mi condolencia y mi abrazo a los suyos: a quien fue su esposa, a sus hijos a los que tanto amó, a su hermana en fin. Proclamando que ha sido una de las personas que me hizo comprender el alcance del dicho que reza así: «al amigo, búscalo amigo». Me lo demostró practicando lo que asegura el proverbio anónimo: «legando cuando todo el mundo se había ido». Fue amigo. Lo supo ser. ¡Gracias Antonio! «Sic tibi terra levis». Y que la Virgen de la Caridad de tu devoción te haya auxiliado.