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Siempre procuró hacer la vida agradable a los demás

Murcia, 9 de mayo de 2020

La maldita pandemia ha privado a cientos de lorquinos de darle el último adiós a José María Pinilla Millán, un hombre intachable en su comportamiento y querido por todos. Profesionalmente dedicado a la marroquinería, su tienda de deportes, Casa Millán, fue una institución en Lorca y en toda la comarca. Los chavales de los años 60 cuando se aproximaba la festividad de Reyes nos quedábamos pegados al escaparate repleto de balones de reglamento, a los que soñábamos dar patadas y rematar de cabeza. Algunos afortunados incluso acompañábamos a sus hijos en una tarea que nos entusiasmaba, la de inflar esos balones, entonces, claro está, con bombas manuales y uno a uno.

Pinilla era una persona tremendamente respetuosa y religiosa. Muy vinculado al convento de la Virgen de las Huertas, ayudaba y colaboraba con los franciscanos que custodiaban el santuario, de forma especial durante la etapa del padre guardián Isidro. Leal y campechano, tenía unos andares muy peculiares que junto a su poblada cabellera y amplias patillas lo identificaban desde lejos. Su gran preocupación, casi una obsesión, era hacer agradable la vida a todos los que le rodeaban.

Fue, con su familia, uno de los pioneros lorquinos en la playa de Los Terreros. Su casa siempre tenía las puertas abiertas. Era la hospitalidad personificada. En los veranos frente al mar pudo dar rienda a sus dos pasiones: el fútbol y el buceo. Estos dos deportes le sirvieron para mantener hasta el final una vitalidad y fortaleza admirada por todos.

Disfrutaba como un chaval en aquellos torneos futbolísticos que se organizaban en la playa del Esparto y se le pasaban las horas buceando, con gafas y respirador, en aquellas aguas cristalinas y fronterizas entre Murcia y Almería. Durante muchos años para el tradicional partido de fútbol agosteño de máxima rivalidad entre el Águilas y el Lorca, en el campo de El Rubial, donaba el Trofeo José María Pinilla Millán.

Su amor por el fútbol le convirtió en un aficionado ejemplar. No se conoce a una persona que más haya apoyado a cualquiera de esos Lorcas que se han ido sucediendo como un carrusel de nombres. Se fundaba un equipo, lamentablemente poco duraba y a renglón seguido aparecía otro Lorca a escena. Y vuelta a empezar. Era un fijo en el campo de San José, donde gustaba de colocarse detrás de la portería para escuchar el sonido del balón cuando se deslizaba por el interior de la red y, posteriormente, en el Francisco Artés Carrasco, además arropado de buena parte de su familia a los que supo contagiarles esa pasión y su bondad.

Un abrazo a esa gran familia que le ha acompañado hasta el final.