Médico, académico y profesor
Murcia, 28 de enero de 2015
Obituario Alejandro López Egido
Tuve el privilegio de recibir al doctor López Egido (1933-2015) como Académico de Número en el seno de la bicentenaria institución murciana en el año 1997, a quién conocía desde hace tiempo por compartir labores asistenciales en el Hospital San Juan de Dios de Murcia -hoy Reina Sofía-, y docentes en la Facultad de Medicina. Ello me permite dar testimonio de su valía científica, docente y profesional y de sus valores humanos, en este momento doloroso de su partida.
Licenciado en Medicina en 1959, por la Universidad de Madrid, marchó a Lausana, al Servicio Universitario del profesor Saeguesser, para aprender Cirugía General. Tras una temporada en España en el hospital de Basurto, para hacer Cirugía Cardiovascular, regresó a Suiza para doctorarse con el profesor Müller en la Universidad de Berna y dedicarse exclusivamente a la Traumatología en diversos hospitales, entre ellos en el de Chaux de Fonds, donde conoció a Liselotte, que luego sería su entrañable esposa y compañera de toda su vida.
En su trabajo diario y en sus frutos, mostró una sólida formación científica, respaldada por conocimientos de historia del mundo, literatura, música y pintura, entre otros. Todo ello dio como resultado una persona sensible, culta, que resultó ser muy aficionada a la conversación y el debate. Daba gusto estar con él, te transmitía entusiasmo por las cosas que amaba, y que defendía de una manera elegante, la mar, los libros, la historia, el billar, y tantas otras actividades.
Alejandro era el hombre de ciencia que observó la realidad con una mente abierta, que ejerció la crítica y se interrogó, es decir, hizo de la pregunta el instrumento básico del saber, lo que le posibilitó para producir una obra de importancia intelectual, que en su caso particular fue la rodilla artificial amortiguada, prodigio hecho realidad aplicando leyes físicas y matemáticas, que fuera patentada en Francia con el nombre de 'Alex'.
Su inquietud científica y su sólida formación fue vertida a sus numerosos discípulos del hospital Reina Sofía de Murcia, donde ejerció como jefe de Servicio, así como a sus alumnos de la Facultad de Medicina de Murcia. Fue un gran profesor que transmitía sus conocimientos de una manera cálida, con especial entusiasmo, que facilitaba la recepción del mensaje.
Quiero por último señalar su dedicación ejemplar a las tareas de gobierno de la Real Academia de Medicina de Murcia, donde perteneció a su Junta de Gobierno durante varios años, ejerciendo labores de tesorero, siendo piedra angular para la obtención de recursos que permitieron a la institución incrementar de una manera notable sus actividades en forma de participación en congresos, mesas redondas, conferencias y numerosas publicaciones.
Se nos fue de una manera discreta, serena. Unas de sus últimas palabras fueron: «Que sea lo que Dios quiera». Vivirá siempre en nuestro recuerdo.