Borrar

La alegría de vivir

Murcia, 28 de abril de 2020

Obituario Rafael Yelo Molina

Si Rafael Yelo Molina ha fallecido precisamente ahora, se debe a un motivo muy concreto. Fiel a su sentido de la camaradería, con su marcha nos está haciendo entender a quienes lo conocimos algo muy importante.

Con su partida, de forma inevitable, hemos recordado cómo fue Rafa Yelo. Verlo en Cabo de Palos, con su imborrable bronceado y sus gafas de sol mientras tomaba el aperitivo, te lleva inevitablemente a concluir que la vida no es un valle de lágrimas, que el creador nos puso en la tierra para disfrutar y ser felices. Su vitalidad, su alegría de vivir y su capacidad para disfrutar son, a día de hoy, el mejor ejemplo, el legado que nos deja. La trayectoria de Rafa nos hace entender que esta época oscura es solo un paréntesis; que la vida es alegría y gozo, que el mar sigue donde lo dejamos, que los bares volverán a abrir y que nos abrazaremos de nuevo.

Nació el 8 de diciembre de 1936 en Blanca. Completó sus estudios en los Hermanos Maristas de Cartagena. Ingresó en la Escuela Naval de Marín, en Pontevedra, y tras cinco años salió de ella con el grado de teniente de Intendencia. Durante su estancia en la Escuela Naval, realizó su primera travesía en el Buque Escuela Juan Sebastián Elcano, experiencia que lo marcó y determinó su amor al mar y la Armada. Años más tarde, siendo ya capitán, se embarcó de nuevo en el mismo navío. Esta vez para completar la vuelta al mundo. En esta ocasión, al cruzar el Cabo de Hornos, se hizo dos tatuajes en el brazo. Los navegantes que han estado en los confines de la tierra tienen el derecho y el orgullo de lucir bajo su piel un certificado de pericia y el sello de su valentía.

Posteriormente, desempeñó durante varios años el cargo de Habilitado del Arsenal de Cartagena. Marchó luego destinado a Madrid, donde pasó a la reserva siendo coronel.

Contrajo matrimonio con María del Carmen Martínez Chereguini (Mary) y esa fue la mejor decisión de toda su vida. Mujer de carácter (en el mejor sentido de la palabra), además de darle cinco hijos, le sirvió de punto de amarre y fuente de sensatez. La lealtad de Mary a su marido fue inquebrantable y el amor que se tuvieron a lo largo de cincuenta y ocho años dio sentido a sus vidas. Por eso es de justicia afirmar que no se puede entender la figura de Rafael Yelo sin tener en cuenta la participación esencial de Mary. Especial mención merece la dedicación y el cariño con que Mary cuidó de él durante los últimos y difíciles años.

Todas las noches de los veranos de finales de los años setenta, cuando soplaba lebeche o el viento se había calmado, se disputaba una partida de mus en la terraza de Levante de la casa de Rafa Yelo en Cabo de Palos. Con él se sentaban a la mesa de juego su hermano y dos de sus cuñados. La luz del faro iluminaba los reyes que ligaba Antonia. La luna competía en elegancia con la manera de saber estar de Óscar y la leve brisa marina refrescaba las ideas de Antonio.

Hoy también se juega al mus en otro lugar. Rafa, Antonia y Óscar necesitaban un cuarto jugador y por ello invitaron al portero del local, un tal Simón Pedro, que por su carácter petulante y fanfarrón daba el tipo para completar la mesa. No podemos saber si Rafa gritará más que Simón Pedro a la hora de meter los órdagos, pero sí tenemos certeza de una cosa: al final, ganará la partida Rafael Yelo Molina; jugaba como nadie.