El guardián de nuestros recuerdos
Murcia, 26 de marzo de 2020
Obituario Francisco Cremades Bañón
Cuando en el curso 61-62 llegué al Colegio Mayor Ruiz de Alda, había algunos licenciados que convivían con los colegiales. Así Paco Cremades, Octavio de Juan, Luis Rubio, Paulino. Supongo que por diversas razones permanecían allí, pero el caso es que, dado que eran mayores, tutelaban al resto.
Era uno de los principios de aquella convivencia, los que sabían orientaban a los nuevos. Este método no explícito procedía de lo que Ortega llamaba la pedagogía de la alusión, cuyo origen quizá estuviera en Heráclito, que venía a decir: el sabio no dice, ni calla, indica.
Aquel aprendizaje no suponía solo una mera prolongación de la Universidad, sino que promovía un comportamiento universitario. Algunos trabajaban, pero se mantenían ligados a los estudiantes, de tal modo que se convertían en mentores de la especialidad a la que pertenecían.
Eran años en que resultaba fundamental que alguien recomendase un libro, orientase en el modo de estudiar e, incluso, cómo afrontar los exámenes.
Paco Cremades compartía cuarto con Octavio de Juan, el uno de Caudete y el otro de Almansa, predestinados a conocerse en el colegio. Paco con su mandolina y Octavio dirigiendo aquel coro o rondalla en el que alegrarían la noche provinciana y romántica a algunas adolescentes.
La habitación era amplia, en la última planta de la nueva construcción, a la altura del palomar, especie de buhardilla que comunicaba con la terraza, lo que hoy sería un ático desde el que se dominaba el Zarandona, campo de fútbol, también utilizado para hípica, más la pista de pruebas del aeromodelismo, que solía despertar las maldiciones en los domingos por su puntualidad madrugadora. Zarandona aún da nombre al gimnasio que hay frente a la antigua puerta del colegio. Recuerdo haber estado en aquella habitación, nadie ponía trabas, allí podíamos consultar casi todo.
Paco y Octavio, por encima de sus conocimientos de Derecho eran verdaderamente especialistas en música, así que ambos lograron su empeño: crear un pequeño rincón, bajo la escalera, insonorizado, en el que escuchábamos los discos que habían seleccionado.
Paco era de un hablar pausado, conceptista, sentencioso como manchego, no exento de humor, buen conocedor del hombre y de su materia, sabía del colegio y de los colegiales, por lo que no sería extraño que más adelante, su vida profesional, transcurriese entre profesor y director. Modalidades que conjugaba con toda serenidad, sin que una interfiriese sobre la otra, sino para complementarse. También sin que sus propósitos organizativos, maneras de afrontar las reformas fuesen alterados. Conocía cómo hacer lo que pensaba, que, solía coincidir con la mejor manera de hacer.
Era la memoria del colegio, recordaba a todos los alumnos. Bastaba que alguien describiese algún rasgo para que, Paco, de inmediato, diese nombre y curso, más algunos otros rasgos que conformaban el retrato.
Ahora, cuando el Colegio Mayor ha desaparecido, cuando los alumnos de aquel tiempo están dispersos y, muchos ya no recuerden esos años, será imposible obtener esa información.
Quizá, es mi deseo, quizá, repito, Paco, conserve en la casa de Caudete parte de aquella memoria, notas, cartas, escritos que, ojalá, nunca se pierdan.
Hoy, los amigos, los contertulios, compañeros de trabajo, te recordamos, porque tú eras el guardián de nuestros recuerdos.