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Carta a mi padre

Murcia, 23 de junio de 2018

Obituario José María Imbernón Muñoz

Recuerdo aquellas noches de cine en Murcia con mi padre y con mi hermano Yiyo. Al salir, siempre recorríamos las calles de la ciudad hasta llegar a casa, comentando la película y haciendo un pequeño cine fórum, caminando y hablando de las mejores escenas. Todos aquellos momentos me enseñaron a amar el cine, a querer a los actores y también a expresarme. Y a ser un poquito mejor persona. Estoy agradecido, cómo no, a mi padre, porque siempre nos llevaba a ver los estrenos al cine Rex, al Coliseum y al cinema Iniesta.


También recuerdo las tardes en el Electrón, en la Gran Vía murciana. Llevábamos la merienda. Bocadillo de sobrasada o queso y zumo, las primeras latas pequeñitas de Ready, y nos tirábamos toda la tarde jugando a las máquinas mi hermano y yo.


Había una maquinita muy curiosa. Se le echaba un durito y se le daba a unos pequeños bolos con la moneda; un juego de bolos en miniatura. Cada uno llevaba un número y si acertabas el 5, salían cinco duros. Yo cogí bastante vicio. Otra máquina era de derribar aviones de la Primera Guerra Mundial, pero lo mejor es que esta consistía en una gran caja negra en la que tenías una ametralladora en la mano y los aviones eran de plástico, y dentro iban dando vueltas. Y si les dabas, caían y hacían un ruido atroz. Eran máquinas artesanas del año 1975.


Realmente yo fui un niño muy feliz. Me acuerdo de aquellas tardes de sábado en las que las películas del Oeste eran las reinas de la casa. Siempre con mi tía salvadora y mi padre sentado con su puro y un coñac -la tía Salva decía que el whisky sabía a chinches-. Mis hermanos, mi madre y yo, en el sofá. Lo pasábamos estupendamente viendo a John Wayne, a Henry Fonda y al pánfilo: James Stewart. El cine era protagonista en nuestras vidas. Mi tito Antonio siempre nos ayudaba en temas didácticos. Y nos enseñó a tocar la armónica junto con mi padre. Canciones de todo tipo con armónicas melódicas y diatónicas que vendían en Ritmo.


Hace unos años estuve en Ritmo antes de que cerraran la tienda, con mi amigo Ignacio, que en gloria esté, hablando de esas armónicas. Y me enseñó una que le dejaron los reyes de pequeño: una Fado portuguesa. Le propuse comprarla, y me dijo que ni por todo el oro del mundo. Claro, era un gran recuerdo de su niñez. Magnífica persona. Fabulosas tardes de charla musical con él, en aquella vieja tienda.


Recuerdo también otra de las grandes aficiones que tenía de pequeño, que era ir al Bazar Murciano con mi padre o con mi tito Antonio y con mi hermano Yiyo. En el Bazar Murciano había un mostrador de madera, en el que tenías todo tipo de jueguecitos de dados, de muñequitos. Era un universo para mí. Y las estanterías estaban repletas de juguetes. Cualquier niño se podía volver loco allí.


Aún me siguen gustando los juguetes y lo paso estupendamente cada vez que voy a un sitio donde tienen buenos juguetes. También me acuerdo, cómo no, de mi tía Salvadora explicándonos y contándonos con todo detalle las novelitas del Oeste que leía de Marcial Lafuente Estefanía. Quizás la afición a este tipo de cine es gracias a ella. Mi tía Salvadora, que por las mañanas nos preparaba la leche en el cazo, que a veces se le salía y llenaba todo de nata. Nos preparaba los 'colocaos' y al mismo tiempo cocía la comida de los perros, 'Rojo' y 'Kiko'. Caparazones de pollo, patas de pollo y arroz.


Mi tía Salvadora marcó un antes y un después en mi vida. Antes de ir a clase, desayunando, escuchábamos la saga de los Porretas, una radionovela de la Cadena Ser, y a veces también al alimón a mi padre, en Radio Juventud, con los deportes de aquel año 1975. Mi padre que me enseñó a amar la música en aquella inmensa discoteca de Radio Juventud, oliendo a vinilo y escuchando las mejores canciones de jazz, rock y crooners americanos, con aquel antiguo y pequeño tocadiscos que tenía para escuchar previamente los surcos.


Son recuerdos que han llegado esta mañana a mi cabecita. Buenos días a todos. Sed felices. ¡Papá, te queremos mucho!